Habíamos venido, como corrientes de un río, de la misma fuente en nuestra tierra natal, nos habíamos separado unos de otros en busca de aprendizaje, y ahora estábamos unidos de nuevo como por un plan, porque así lo dispuso Dios. (De una oración fúnebre de San Gregorio Nacianceno sobre San Basilio el Grande)
Ésta es la imagen que utilizó San Gregorio para describir cómo Dios lo unió a San Basilio en una amistad espiritual. Y tal es la imagen que me viene a la mente cuando considero cómo Dios me unió a los hombres que ahora llamo mis hermanos. Todos nosotros, renacidos en la misma fuente del bautismo y previamente separados en nuestras propias actividades como tantas corrientes de agua que descienden de la cima de la montaña por impulso de Dios, ahora estamos fusionados en un río llamado Orden de Predicadores.
Ninguno de nosotros ha elegido a los demás. Sin embargo, en Su Sabiduría, Dios quiere que cada uno de nosotros estemos unidos por Su amor para predicar la Palabra de Dios para la salvación de las almas. Y nuestra vida en comunión es una participación en Su bendita comunión, la vida misma de la Trinidad, y un reflejo de la gloriosa comunión de los bienaventurados en el Cielo, que han entrado en esta vida en comunión con las Personas Divinas.
Sin embargo, ¿no es éste el destino al que cada uno de nosotros está llamado, es decir, amar a Dios y permanecer con Él en el tiempo y la eternidad?
Sí, es cierto que nuestra perfección consiste en la perfección del amor, que nos une a Dios. Y no es esencial que alcancemos esta perfección mediante la observancia religiosa. Sin embargo, Dios ha querido que su amor se exprese de diversas maneras y ha ordenado ciertos instrumentos de perfección mediante los cuales se puede ejercer mejor este amor sobrenatural. En la Orden de Predicadores, este amor se expresa principalmente en el anuncio de la Palabra de Dios. Entre los instrumentos que Dios emplea en esta proclamación se encuentran los votos que profesamos solemnemente y la regla que seguimos. Todo esto se logra en y a través de la hermandad en la que hemos “nacido”. Juntos, predicamos lo que vivimos y vivimos lo que predicamos.
Los hermanos son mis maestros, ejemplos y compañeros de armas que me instruyen en las verdades, ejemplifican cada virtud y me entrenan para la batalla. Todos nosotros hemos sido atraídos a Cristo en amor por esta única misión, conocerlo y darlo a conocer, y por un destino singular, vivir y morir en Jesucristo. Pero ni siquiera la muerte puede separarnos. Por eso todavía llamamos a Domingo nuestro padre, a Santo Tomás nuestro hermano y a Santa Catalina nuestra hermana. Aún resuena la voz de quienes nos precedieron.
Somos otros tantos arroyos que se han fusionado en un río caudaloso cuyas aguas deben reflejar el glorioso esplendor de nuestra fuente. Y este río habla con una sola voz pero con “el sonido de muchas aguas”. (Apocalipsis 1:15)
Hermano Xavier Marie Wu, OP | Conoce a los Hermanos en Formación AQUÍ