Mientras que en su nacimiento Cristo demuestra el misterio de su propio nacimiento virginal, en la resurrección da un modelo a todos los que resucitarán en el último día: un modelo de nueva vida después de la muerte. Estos dos hechos milagrosos, propios y propios de Cristo nuestro Salvador, no han dejado de resonar en el mundo durante los últimos dos milenios. La creencia en la victoria de Cristo sobre la muerte, que es la fe pascual y configura la identidad cristiana, ha sido el eje de la enseñanza kerigmática de los apóstoles y del anuncio de la Iglesia al mundo. Sin embargo, no todas las personas están dispuestas a aceptar la verdad de la resurrección de Cristo junto con todo lo que implica y promete. La tensión entre la fe y el intelecto se ha convertido en piedra de tropiezo en su búsqueda del fundamento sólido de la verdad. Creen en la luz de su propia mente y apartan el rostro de la Luz de la que se aprende la verdad (cf. Jn 1). Se niegan a salir de la cueva de las sombras, postulando que las sombras que ven en las paredes de la cueva son todas fieles a ellos.
San Agustín nos advierte que velemos con una vigilancia incesante para que una apariencia de verdad no nos engañe (Ciudad de dios, XXII.24). La resurrección de Cristo, su victoria sobre la muerte, es un hecho histórico creíble del que muchas personas han dado testimonio. En concreto, los santos mártires y los santos de la Iglesia han profesado con valentía y fidelidad su fe en la muerte y resurrección de Cristo, a pesar del terror a las graves persecuciones. Su noble sangre ha proclamado en voz alta al mundo la verdad de la fe pascual que, ante todo, es la verdad de la divinidad de Cristo que es la Verdad de Dios (cf. Jn 14, 6), y luego la verdad de la resurrección humana que Cristo prometió.
Como descendencia de santos santos, somos herederos del tesoro de la verdadera fe. San Agustín comenta: “No podemos ver [la ascensión de Cristo al cielo] con nuestros ojos, así como no lo vimos colgado en la cruz, ni lo observamos levantándose de la tumba. Todo esto lo retenemos por la fe, lo contemplamos con los ojos del corazón” (Sermón 263.3). La fe, como decía san Pablo, procede de lo que se oye (Romanos 10), es decir, de la enseñanza fiel de la Iglesia y del anuncio intrépido de la verdad que procede de la palabra de Cristo. Junto con San Agustín y la iglesia universal, contemplemos la verdad de la resurrección de Cristo con los ojos del corazón.
Rev. Hno. Phong Nguyen, OP | Conoce a los Hermanos en Formación AQUÍ