Cuando en las bodas de Caná se acaba el vino, la reacción de María es curiosa. Inmediatamente va a ver a su hijo y le dice: “No tienen vino”. ¿Qué esperaba que hiciera? ¿Que fuera corriendo a la tienda y comprara suficiente para todos los invitados? Incluso Jesús parece estar un poco reticente. “Mujer, ¿qué me importa tu preocupación? Mi hora aún no ha llegado”.
Sin embargo, hay algo significativo en la respuesta de María a esta situación. Observemos cómo su primera respuesta a este problema es acudir a Jesús. Ella no sabe cómo Él va a solucionar el problema. No pone ninguna expectativa en Él de que le dé la solución “correcta”. Ella simplemente va a Él y le hace saber que hay un problema. Por supuesto, esto no implica que Jesús no sepa cuál es el problema. Más bien, el acto mismo de acudir a Jesús es en sí mismo un reflejo de nuestra relación con Él. María es nuestro ejemplo de lo que significa ser discípulos de Jesús.
Nuestra primera reacción cuando nos encontramos con cualquier tipo de problema o sufrimiento debería ser acudir a Jesús. Esto es más fácil para algunas personas que para otras, pero todos podemos entrenarnos para seguir el ejemplo de María. Cuando sufrimos, a menudo nos sentimos tentados a recurrir a los placeres mundanos en busca de consuelo. Podemos confiar en el pequeño consuelo de quejarnos de ello a las personas que nos rodean. Podemos recurrir a la comida reconfortante, a navegar sin pensar en las redes sociales o a cualquier otra cantidad de distracciones o adicciones. Pero, cuando nos damos cuenta de que lo hacemos, si hacemos un esfuerzo consciente para detenernos, dejarlo de lado y, en cambio, recurrir a Jesús, podemos desarrollar lentamente ese instinto de dejar que Jesús sea la solución a nuestros problemas.
Lo bueno de esto es que Jesús siempre nos ofrece una solución mejor de la que jamás hubiéramos imaginado. En las bodas de Caná, ¿quién hubiera imaginado que Jesús sería capaz de convertir seis tinajas de piedra llenas de agua en vino? Cuando dejamos que Jesús resuelva nuestros problemas a través de nosotros, con nosotros y en nosotros, somos recompensados con esa sobreabundancia de paz y alegría que solo puede venir de la gracia de Dios.
Imagen: Jan Steen, "Las bodas de Caná", 1676