En la niebla matutina del Mar de Tiberíades, Juan reconoció al Señor resucitado de pie en la orilla mientras otros no podían. ¿Qué le dio esta visión especial? No una mejor vista ni un mayor intelecto, sino el poder transformador del amor que había agudizado su percepción espiritual más allá de la vista ordinaria.
El amor lo cambia todo, especialmente nuestra perspectiva. Piensa en esto: la pareja que conduce horas para visitar a la familia no cuenta el costo; el amor hace que el viaje valga la pena. El padre que se despierta toda la noche con un hijo enfermo no se lamenta por no dormir; el amor hace que el sacrificio valga la pena. El amigo que escucha a alguien en crisis no mira el reloj; el amor hace que el tiempo sea valioso. El peso no cambia, pero sí nuestra capacidad y disposición para llevarlo.
Por lo tanto, cuando el amor a Cristo se profundiza en nuestros corazones, todo se transforma. La oración deja de ser una obligación para convertirse en una conversación íntima con un amigo querido. El culto se convierte en una celebración que esperamos con ansias, en lugar de interrumpir nuestro fin de semana. El servicio a los demás fluye como una expresión de gratitud, en lugar de un deber que cumplir. Incluso nuestras cruces —esos sufrimientos inevitables de la vida— cobran un profundo significado cuando las llevamos en el abrazo del amor.
Por eso Juan pudo reconocer a Jesús cuando otros no podían: su amor había cultivado sentidos espirituales que operaban más allá de la percepción ordinaria. Y por eso Jesús le preguntó a Pedro tres veces: "¿Me amas?". No para avergonzarlo por sus tres negaciones, sino para sentar las bases esenciales de la misión que le aguardaba: "Apacienta mis ovejas". Jesús sabía que sin amor, el llamado de Pedro se convertiría en una carga insoportable. Con amor, descubrimos que lo que antes nos agotaba ahora nos llena de energía.
Que desarrollemos corazones como el de Juan, tan en sintonía con Cristo que lo reconozcamos en lugares inesperados. Y como Pedro, que escuchemos la invitación de Cristo a hacer... amor—no el deber, ni el miedo, ni siquiera la disciplina— el fundamento de nuestra relación con Él. Porque cuando el amor guía, el viaje, por difícil que sea, se convierte en un camino de alegría.
Imagen: Foto de Lawrence Lew, OP, Pescando con el Señor Resucitado. Detalle de una ventana de la Catedral de Newcastle, dominio público.