Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir.
El Hno. Thomas Maria, OP, reflexiona sobre el Evangelio del 29º Domingo del Tiempo Ordinario (Marcos 10, 34-45) en nuestra serie de videos semanales.
En el Evangelio de este domingo, encontramos a Santiago y Juan compitiendo por un lugar entre los discípulos. Con valentía le dicen a Jesús: “Maestro, queremos que nos concedas todo lo que te pidamos… Concédenos que en tu gloria nos sentemos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda”. ¿Estaba mal su pedido? Observemos que Santiago y Juan no saben lo que están pidiendo. A pesar de las advertencias de Jesús sobre su muerte inminente, todavía piensan que Jesús vino a establecer un reino terrenal. Su pedido es incorrecto y presuntuoso porque buscan honor, poder, riqueza y estatus por encima de los otros discípulos. Si bien el honor, el poder y la riqueza no son malos en sí mismos, es incorrecto que los discípulos de Jesús busquen estos primero. Primero, debemos buscar a Jesús.
Sin embargo, yo diría que su petición no es del todo errónea. Observemos que Jesús no los reprende inmediatamente, sino que los invita a algo más profundo. Su deseo de estar cerca de Jesús, de sentarse a ambos lados de Él, no es incorrecto, pero necesita purificación porque sus deseos no son demasiado fuertes sino demasiado débiles. Jesús no quiere darles un mero bien temporal, sino algo infinitamente mayor: la unión con Dios en el cielo.
Para purificar sus deseos, Jesús los invita a aceptar su bautismo y su copa, que hacen referencia a su inminente sufrimiento y muerte, la muerte por la que dará su vida en rescate por muchos. Santiago y Juan aceptan con entusiasmo, aunque no comprenden del todo a qué se están comprometiendo. Por eso Jesús les dice claramente: “He venido a servir, no a que me sirvan”.
Lo que Jesús les está diciendo es que si quieren ser grandes, si quieren ser como Jesús, también deben desear ser esclavos de todos. La grandeza en el Reino de los Cielos no es cuestión de estatus, sino de caridad. Ésta fue una lección de vida que finalmente aprendieron Santiago y Juan: Santiago fue martirizado y Juan fue exiliado a Patmos por causa del Evangelio. Ésta es una lección para nosotros también. Si queremos ser grandes, también nosotros debemos procurar ser esclavos de todos; es más fácil decirlo que hacerlo. De hecho, con nuestro poder, esto es imposible, pero afortunadamente, con la gracia del Espíritu Santo, nosotros, como la Madre Teresa, podemos aprender a ver el rostro de Jesús en cada persona que encontremos. Así que, como Santiago y Juan, acércate a Jesús con valentía, pero a diferencia de Santiago y Juan, busca primero la voluntad y la gloria de Dios, no la tuya, porque nuestra verdadera libertad y felicidad radica en seguir la voluntad de Dios.