"¡Cristo ha resucitado! - ¡Verdaderamente ha resucitado!” Este saludo pascual que estamos tan acostumbrados a escuchar en la mañana de Pascua representa la alegría y la emoción abrumadora que hemos anhelado desde el comienzo de nuestro camino de Cuaresma. Cuando comenzamos este viaje de regreso el Miércoles de Ceniza, un ministro marcó la señal de la cruz en nuestra frente con cenizas. Cuando recibimos este símbolo del sufrimiento de Cristo, pronunciaron una de dos frases: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio” o “Recuerda que eres polvo y al polvo volverás”. En cualquier caso, las palabras nos llamaban a cada uno de nosotros al arrepentimiento, la fe y la humildad. Desde ese momento, nos embarcamos en un viaje espiritual mientras nos preparábamos para el sufrimiento, la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo a través de las prácticas cuaresmales de oración, ayuno y limosna.
Desde el Miércoles de Ceniza hasta hoy, Miércoles de Pascua, hemos vivido muchas cosas a lo largo de estos últimos 49 días. Hemos experimentado el sentimiento de éxito o fracaso con respecto a nuestras prácticas de Cuaresma. Cuando llegó el Viernes Santo, experimentamos la baja de la Semana Santa cuando Jesús fue crucificado y murió en la cruz, pero también experimentamos la alegría resonante de su Resurrección en la Pascua. "¡Cristo ha resucitado! – ¡Verdaderamente ha resucitado!” De hecho, ha resucitado y seguirá siendo una presencia en nuestras vidas de una forma u otra.
La lectura del Evangelio de hoy de Lucas (Lc 24:13-35) nos enseña una lección esencial sobre cómo mantener la esperanza durante los momentos más desesperados o desafiantes. La historia de los dos discípulos en el camino a Emaús no es solo otra historia interesante en el Evangelio, sino una parábola en acción. Esta historia nos aseguró que Jesús permanecería presente en nuestras vidas tal como lo estuvo con los discípulos. Pero para que Jesús permanezca en nuestras vidas, no debemos perder la esperanza pensando que su sufrimiento y muerte fueron en vano.
Cuando Jesús se apareció a sus dos discípulos en el camino a Emaús, se sentían angustiados y abatidos por los recientes acontecimientos que habían ocurrido. No podían reconocer que su maestro caminaba junto a ellos porque habían perdido la esperanza. Le dijeron: “Esperábamos que él fuera el que redimiera a Israel”. No fue hasta que lo oyeron proclamar las Escrituras y partir el pan que se les abrieron los ojos y se encendió una llama en sus corazones.
La historia de Camino a Emaús nos sirve de guía a lo largo de nuestro largo viaje. Un viaje lleno de dudas, aflicciones y, a veces, hasta amargas desilusiones. Jesús seguirá siendo nuestro compañero a lo largo de nuestra peregrinación en la tierra si seguimos buscándolo a través de las Escrituras y del partimiento del pan en la Santa Misa. Este encuentro demuestra que la luz de la Palabra es seguida por la luz que brota del Pan de Vida, por la que Cristo cumple perfectamente su promesa de estar siempre con nosotros, hasta el fin de los tiempos.
Hermano Peter Agustín Hoang, OP | Conoce a los Hermanos en Formación AQUÍ