En el Evangelio de este domingo, Jesús, dirigiéndose a nosotros como sus hijos pequeños, nos da este poderoso mandamiento: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado». Sin embargo, esta es una enseñanza difícil; de hecho, es imposible. ¿Por qué? Porque tú y yo no somos Dios, y por eso no podemos amar como Dios ama. Sin embargo, si queremos perfeccionar nuestra amistad con Dios, debemos observar este mandamiento imposible. ¿Cómo? Esto solo es posible por el don de la gracia de Dios. Es por su gracia que, en nuestras oraciones y meditaciones, él mismo nos enseña a amar. Y es por su gracia que podemos imitar su amor amándonos unos a otros.
Veamos tres maneras en que Jesús nos ama y cómo podemos imitarlo.
Primero, Jesús nos ama gratuitamente, sin ningún beneficio para sí mismo. Nos amó antes de que lo amáramos, y nos amó hasta la existencia. Nosotros también podemos imitar el amor de Cristo amándonos gratuitamente, sin esperar agradecimientos ni ser amados.
En segundo lugar, Jesús nos amó al entregarse en la cruz por nuestros pecados. Y podemos imitar este amor ofreciéndonos unos a otros.
Y finalmente, Jesús, al atraernos hacia sí, nos ama compartiendo con nosotros el bien supremo, es decir, la plenitud de la vida en la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Por la gracia de Dios, podemos amarnos unos a otros compartiendo la alegría del Evangelio para llevar a Cristo a las almas y atraerlas a una unión más profunda con Dios.
Y así, amigos míos, mientras continuamos nuestro viaje aquí en esta tierra, esforzándonos por perfeccionar nuestra amistad con Dios, pidamos al Señor, en oración, la gracia de observar este mandamiento imposible.
Imagen: Crucifixión, Fra Angélico, 1440.