María, Reina y Madre

Digno de amor o digno de honor: ¿cómo nos acercamos correctamente a Nuestra Señora?

“Desde este día todas las generaciones me llamarán bienaventurada: el Todopoderoso ha hecho grandes cosas por mí, y Santo es Su nombre”. (Lucas 1: 48-49)

En Magníficat – la oración que dice María cuando visita a su prima Isabel – María expresa la convicción de que Dios ha hecho algo especial por ella. A ella se le ha dado una gracia única. Cuando rezamos el Rosario, cumplimos la profecía del Magníficat cada vez que decimos: “Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. En su increíble humildad, María no se reserva esta bendición solo para ella. Su gran deseo es compartir esta bendición con all sus hijos. Lo hace de dos maneras: como madre y como reina.

Los misterios del Rosario son una de las mejores formas de meditar esta relación que María tiene con nosotros. Por ejemplo, mientras colgaba de la cruz, Jesús miró a su amada discípula y a su madre, diciéndoles: “Ahí tienes a tu hijo”, y al discípulo: “¡Ahí tienes a tu madre!”. (Juan 19:26-27). Al rezar el quinto misterio doloroso, podemos meditar cómo nos colocamos en el lugar de aquel discípulo amado, recibiendo a María como nuestra madre, y siendo tomados por ella como sus amados hijos e hijas. O, mientras rezamos el tercer misterio gozoso, el nacimiento de Jesús, podemos meditar en cómo su tierno amor espiritual por nosotros no es menos intenso que su amor por el niño Jesús.

La gracia especial de María significó que al final de su vida fue llevada al cielo en cuerpo y alma, y ​​fue coronada Reina del cielo y de la tierra. Meditamos sobre estos acontecimientos en los dos últimos misterios gloriosos del Rosario. Como Reina, se le ha dado una participación única en el poder de Dios: se le ha dado la capacidad de mediar y dispensar la gracia. Como su reina, Jesús escucha de manera especial las oraciones de María y le da un papel poderoso en la distribución de sus dones. Siempre la reina llena de gracia, ella es generosa y generosa al compartir lo que recibe de su Hijo.

María es digna de nuestro amor como madre y digna de nuestro honor como reina. Es fuente de consuelo como madre y canal de gracia como reina. Como oración, el Rosario tiene la capacidad única de ayudarnos a meditar en ambas realidades. Es una forma de darle el honor que se merece y de pedirle humildemente su ayuda e intercesión en los momentos altos y bajos de nuestra vida. La próxima vez que recen un Rosario, consideren especialmente su relación con María y cómo ella puede acercarlos cada vez más a su Divino Hijo.

Hermano Antonio Agustín Cherian, OP | Conoce a los Hermanos en Formación AQUÍ