Regreso a Nazaret

Uno de los resultados de nuestra sociedad individualista es que las familias se han vuelto cada vez más aisladas. Las familias católicas a veces justifican este aislamiento como un intento de preservar a su familia de una sociedad que se ha vuelto cada vez más hostil a nuestra fe y valores. Pero tal actitud es problemática. Incluso la Sagrada Familia, después de la muerte de Herodes, vio la importancia de su sociedad al regresar a Nazaret desde Egipto, donde eran extranjeros, extraídos de su comunidad. Para que prospere, la familia necesita el apoyo de su comunidad eclesial más amplia y debe resistir las tendencias antisociales e individualistas de nuestra sociedad.

Para entender esto, considere la parábola del sembrador. La familia aislada de la sociedad es como la semilla arrojada en los espinos. El suelo por sí solo no es necesariamente el problema: pueden recibir los sacramentos con regularidad, orar juntos como familia y ser catequizados en la fe. Todos estos son aspectos centrales de la vida familiar cristiana. El problema es perseverar a través de las espinas de las tentaciones y desafíos que los afectan, “los afanes de este mundo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas entrando”, que “ahogan la palabra”, dejándola “sin fruto”. Estos desafíos y tentaciones no solo vienen de afuera, sino de adentro. Una familia, aislada de la Iglesia, puede ignorar fácilmente los vicios que crecen a su alrededor. [ATK1] ellos, o incluso justificarlos. En la generación de mis abuelos, era mucho más fácil enfrentar estos desafíos porque las comunidades parroquiales eran más fuertes. Pero con el auge del individualismo y el desvanecimiento de parroquias vibrantes, muchas familias católicas sufren estas espinas sin el apoyo de su comunidad y, como resultado, han luchado por perseverar en su vocación, ya sea a través del divorcio, crisis[ATK2] , o miembros que abandonan la Iglesia.

La familia necesita una comunidad más amplia que ayude a desenterrar las espinas del vicio y el pecado para garantizar que el suelo sea hospitalario para una vida familiar santa. Una vez que se cultiva este suelo, se le puede dar la fuerza espiritual para crecer y evangelizar nuestro mundo tóxico, y rendir al treinta, al sesenta y al ciento por uno. Esta dependencia de nuestro prójimo es la antítesis de nuestras modernas sensibilidades individualistas, pero es vital para la vida cristiana.

¿Cómo podemos comenzar a fomentar comunidades cristianas fructíferas y sólidas? Tal vez podamos comenzar mirando las primeras comunidades cristianas descritas en Hechos. Si bien ciertos aspectos de estas comunidades pueden ser poco prácticos en algunos contextos, vale la pena reflexionar sobre cómo podemos ser más intencionales acerca de nuestra participación en nuestras parroquias, no relegarla a la misa dominical, sino apoyarnos activamente y depender unos de otros en la fe. Al hacerlo, podemos desarrollar las relaciones sólidas necesarias para alentar el crecimiento en santidad, “soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tiene queja contra otro” (Colosenses 3:13).

Hermano Elías Guadalupe Ford, OP | Conoce a los Hermanos en Formación AQUÍ