Los ciegos no pueden guiar a otros ciegos

¿Cómo podemos eliminar los obstáculos que impiden el bien en nuestra vida? El Hno. John Vianney Russell, OP, comparte una reflexión del Evangelio para el octavo domingo del Tiempo Ordinario (Lc 6-39) en nuestra serie de videos semanales.


Como ya sabéis, nuestras acciones surgen de lo que hay en nuestro corazón. Si nuestro corazón está apegado a cosas que son obstáculos para la bondad, nuestras acciones también serán obstáculos para la bondad. Y si no podemos buscar la bondad en nuestra propia vida, tampoco podremos ayudar a los demás a hacerlo.

En el capítulo seis de Lucas, Jesús cuenta a sus seguidores una parábola que ilustra exactamente este mismo punto. Les dice que un ciego no puede guiar a otro ciego. Si tienes una viga en tu ojo que no te permite ver bien, ¿cómo puedes ver una pequeña astilla en el ojo de tu hermano? Incluso si la ves, ¿cómo puedes esperar ayudarlo a sacarla si no puedes ver?

Muchas de las cosas a las que nos apegamos son obstáculos para nuestra propia bondad. Como nos impiden buscar la bondad, también nos impiden llevar la bondad a la vida de los demás. No podemos ayudar a los demás a ver sus errores si somos ciegos a los nuestros.

Como dice Cristo: “El hombre bueno saca lo que es bueno de la bondad que hay en su corazón”. En otras palabras, nuestras acciones son consecuencia de aquello a lo que estamos apegados en nuestro corazón.

Así pues, examinemos profundamente nuestro propio corazón. Si somos honestos con nosotros mismos, podemos ver que, incluso cuando hacemos cosas buenas, las intenciones de nuestro corazón son, en el mejor de los casos, contradictorias. Por caridad, deseamos fervientemente alimentar a los hambrientos, pero, en nuestro orgullo, también queremos que nos vean haciéndolo. Y queremos sobresalir en nuestras carreras. Eso es bueno. Pero, en nuestra pereza, también queremos esforzarnos lo menos posible para lograrlo. Por un profundo altruismo, queremos cuidar de nuestros seres queridos, pero, en nuestro egoísmo, no queremos que nos pidan demasiado.

¿Qué debemos hacer con todas estas emociones y apegos confusos en nuestros corazones? La clave está en eliminar las vigas de la ceguera. Eliminen las mentiras de sus corazones que oscurecen quiénes son realmente.

Sí, realmente nos sentimos tentados a pecar. Es real. Debemos reconocerlo y ser conscientes de ello. Pero esas tentaciones no son lo que realmente eres. Cristo ha revelado quién eres. Eres hijo o hija del Padre. Tu verdadero yo es tu deseo de alimentar a los pobres sin que nadie lo sepa, de ser diligente en tu trabajo para honrar a Dios y de cuidar a tus seres queridos incluso cuando te piden demasiado.

Nuestras acciones son consecuencia de lo que hay en nuestro corazón. Si permitimos que Cristo nos diga quiénes somos, podremos quitarnos las vigas de la falsedad y descubrir que estamos hechos para el amor. Cuando estemos libres de obstáculos que nos impidan hacer el bien, nuestras acciones manifestarán bondad en nuestra vida y en la de los demás.

Imagen: Domenico Fetti, La parábola de la paja y la viga, 1619, Dominio público