En el retablo de Isenheim de Matthias Grunewald, realizado originalmente para la capilla de un hospital francés, contemplamos el horror de la cruz donde Jesús tomó nuestras enfermedades para curarnos con sus heridas. El artista transmite esto de manera brillante al representar a Jesús con los mismos síntomas espantosos de la enfermedad de la piel que sufrían los pacientes en el hospital. Día tras día, podrían contemplar esta imagen y experimentar que no estaban solos en su sufrimiento. Jesús llevó la cruz delante de ellos y ahora lleva la cruz con ellos. Su corazón se abre literalmente para derramar su amor vivificante.
En las principales fiestas litúrgicas, como la Pascua, el retablo se abría para revelar una impresionante representación de Cristo Resucitado, ascendiendo sin esfuerzo de la tumba como el amo y cabeza del cosmos. Él es el sol de justicia que nunca se pone y que brilla en la oscuridad. “La muerte ya no tiene poder sobre él” (Rm 6, 9). Para aquellos que sufren en este valle de lágrimas, Grunewald abrió una vista del destino divino de las heridas de Jesús, y de las suyas propias. Las mismas heridas que infligieron tanto dolor ahora son gloriosas.
En la noche del Domingo de Resurrección Jesús atraviesa las puertas cerradas del miedo y se aparece a sus apóstoles que lo abandonaron y les muestra sus heridas. Santo Tomás de Aquino dice: “Aquí surge un problema porque no puede haber defectos en un cuerpo glorificado, y las heridas son defectos. ¿Cómo, pues, puede haber heridas en el cuerpo de Cristo?” (Comentario al evangelio de Juan, 2557) El médico angélico responde que las Sagradas Llagas de Jesús son los trofeos de su victoria sobre la muerte y la prueba de su amor por nosotros. Jesús muestra a sus discípulos sus heridas y nos invita a tocarlas y refugiarnos en ellas. Implora a sus discípulos: “Mirad mis manos y mis pies; ved que soy yo mismo (cf. Lc 24), el Dios hecho hombre que toma vuestras heridas y las transforma en fuentes de misericordia y de paz. Contempla mi corazón herido derramando mi amor divino. Es el camino nuevo y vivo a través del velo de mi carne hacia el santuario interior (cf. Heb 39, 10). Es el único camino hacia el Padre (cf. Jn 20, 14), y la puerta de la santidad» (cf. Sal 6, 118).
Esta obra maestra de Grunwald fue creada para llevarnos a contemplar en la Misa el misterio del Verbo Encarnado “que fue entregado a la muerte por nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación” (Rm 4). Esta Pascua el Señor no va a resolver mágicamente todos nuestros problemas y quitarnos todos nuestros sufrimientos. Pero Jesús quiere trazar un camino en el desierto de nuestras heridas para que nuestro sufrimiento no quede sin sentido, porque está unido a su corazón traspasado. Quiere transfigurar nuestras heridas para que también ellas sean trofeo de nuestra victoria sobre el mal y fuente de misericordia y de paz. “En el cielo estas heridas en su cuerpo no serán una deformidad, sino una dignidad” (San Agustín, Ciudad de Dios, Libro 25).
Hermano Juan Pablo Puschautz, OP | Conoce a los Hermanos en Formación AQUÍ