En todo el mundo, las personas están encerradas, confinadas en sus hogares, con sus vidas en suspenso hasta que termine la pandemia de COVID-19. Junto con la enfermedad física que ha ocasionado este encierro sin precedentes, las personas también son susceptibles a diferentes enfermedades espirituales ocasionadas por la experiencia del aislamiento.
Una de las enfermedades espirituales que pueden afligir a las personas durante un aislamiento prolongado es el aburrimiento. Cuando nos aburrimos, nos sentimos insatisfechos con los diferentes bienes disponibles para nosotros y nos volvemos inquietos. No sabemos qué hacer porque experimentamos que todo no ofrece suficiente satisfacción.
La tradición dominicana del estudio sagrado proporciona un antídoto contra el aburrimiento. A diferencia de otras órdenes religiosas, como las benedictinas, que tradicionalmente se dedican al trabajo manual diario, el fraile dominico se dedica al estudio diario. El Libro de Constituciones y Ordenaciones de los Frailes de la Orden de Predicadores, nuestro documento rector, instruye a los hermanos a ser “asiduos en el estudio”.
¿Cómo podría el estudio formar parte de la observancia religiosa de un fraile dominico? Estudiamos como parte de nuestra vida contemplativa porque no podemos amar lo que no conocemos. Como enseña nuestro hermano Santo Tomás de Aquino, el amor se deriva de la aprehensión del bien (ST I-II, Q.26, A.1). Como criaturas racionales, el amor intelectual constituye la forma de amor más propia de nosotros; por naturaleza amamos la verdad y queremos conocer la verdad. Cuando descubrimos la verdad, la amamos y nos deleitamos en ella. Cuanto más elevada e importante es la verdad, más queremos conocerla, más la amamos cuando la encontramos y más nos regocijamos al contemplarla.
Ahora, las verdades más grandes son las verdades que pertenecen a Dios y las obras de Dios, porque estas son las realidades más fundamentales y últimas. Como criaturas racionales, deseamos conocer a Dios a través de las cosas creadas. Sin embargo, Dios nos ha dado una revelación de sí mismo, una revelación que supera con creces lo que Dios ha manifestado de sí mismo a través del orden creado. Respondemos a esta revelación con el asentimiento de la fe e intentamos comprender esta revelación cada vez más. Estudiamos fielmente la revelación para comprender más acerca de Dios; nos dedicamos a la obra de la fe buscando comprensión (fides quaerens intellectum).
A través del estudio fiel de la revelación divina, tal como se nos presenta en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, comenzamos a conocer más profundamente la bondad de Dios y las grandes cosas que ha hecho por nosotros. Nuestro amor por Dios crece a medida que lo conocemos más y más. Desafortunadamente, no podemos ver a Dios cara a cara en esta vida. No obstante, la fe ya nos proporciona una participación imperfecta en esa visión cara a cara que está por venir. De hecho, la fe nos proporciona una participación en el conocimiento perfecto que Dios tiene de sí mismo, que Él nos revela a través de la Sagrada Escritura y la Tradición.
A través del estudio sagrado, tenemos acceso a la bondad de Dios que es todo menos aburrida. Deberíamos dedicar algún tiempo encerrados al estudio de la revelación divina.
Una de las enfermedades espirituales que pueden afligir a las personas durante un aislamiento prolongado es el aburrimiento. Cuando nos aburrimos, nos sentimos insatisfechos con los diferentes bienes disponibles para nosotros y nos volvemos inquietos. No sabemos qué hacer porque experimentamos que todo no ofrece suficiente satisfacción.
La tradición dominicana del estudio sagrado proporciona un antídoto contra el aburrimiento. A diferencia de otras órdenes religiosas, como las benedictinas, que tradicionalmente se dedican al trabajo manual diario, el fraile dominico se dedica al estudio diario. El Libro de Constituciones y Ordenaciones de los Frailes de la Orden de Predicadores, nuestro documento rector, instruye a los hermanos a ser “asiduos en el estudio”.
¿Cómo podría el estudio formar parte de la observancia religiosa de un fraile dominico? Estudiamos como parte de nuestra vida contemplativa porque no podemos amar lo que no conocemos. Como enseña nuestro hermano Santo Tomás de Aquino, el amor se deriva de la aprehensión del bien (ST I-II, Q.26, A.1). Como criaturas racionales, el amor intelectual constituye la forma de amor más propia de nosotros; por naturaleza amamos la verdad y queremos conocer la verdad. Cuando descubrimos la verdad, la amamos y nos deleitamos en ella. Cuanto más elevada e importante es la verdad, más queremos conocerla, más la amamos cuando la encontramos y más nos regocijamos al contemplarla.
Ahora, las verdades más grandes son las verdades que pertenecen a Dios y las obras de Dios, porque estas son las realidades más fundamentales y últimas. Como criaturas racionales, deseamos conocer a Dios a través de las cosas creadas. Sin embargo, Dios nos ha dado una revelación de sí mismo, una revelación que supera con creces lo que Dios ha manifestado de sí mismo a través del orden creado. Respondemos a esta revelación con el asentimiento de la fe e intentamos comprender esta revelación cada vez más. Estudiamos fielmente la revelación para comprender más acerca de Dios; nos dedicamos a la obra de la fe buscando comprensión (fides quaerens intellectum).
A través del estudio fiel de la revelación divina, tal como se nos presenta en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, comenzamos a conocer más profundamente la bondad de Dios y las grandes cosas que ha hecho por nosotros. Nuestro amor por Dios crece a medida que lo conocemos más y más. Desafortunadamente, no podemos ver a Dios cara a cara en esta vida. No obstante, la fe ya nos proporciona una participación imperfecta en esa visión cara a cara que está por venir. De hecho, la fe nos proporciona una participación en el conocimiento perfecto que Dios tiene de sí mismo, que Él nos revela a través de la Sagrada Escritura y la Tradición.
A través del estudio sagrado, tenemos acceso a la bondad de Dios que es todo menos aburrida. Deberíamos dedicar algún tiempo encerrados al estudio de la revelación divina.
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1 de abril de 2020
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